Hace ya dos años que comenzamos con la aventura de facilitar las cosas a los propietarios de perros y creamos chofer mascota. Atrás quedaban miles de kilómetros llevando perros para otras plataformas de transporte a las que no voy a hacerles publicidad. Plataformas que anteponían economizar el precio final, sin importar que eso solo fuera posible quitando servicio, bajando la calidad del mismo e ignorando lo verdaderamente importante en esta ecuación, que no puede ser otra cosa más que la mascota.
Hemos visto cómo “transportistas de animales” sin escrúpulos, dejaban un hueco en una furgoneta llena de cajas o muebles para acomodar la jaula de un perro asustado, que ha viajado a oscuras, sin la más mínima garantía de comodidad o salubridad, sin cuidados, sin vigilancia constante.
Tuvimos claro que no era esa la forma en que debía viajar parte de la familia, porque en eso se convierten nuestros peludos, en una parte importante de la familia. No se nos ocurriría llevar a la abuela en la trasera de una furgoneta cargada de cajas, acomodada en una jaula entre bultos y paquetes. ¿Por qué, entonces, nos planteamos siquiera hacer los mismo con nuestras mascotas?. Que resorte se mueve en nuestra cabeza para buscar el ahorro de unos euros en detrimento de la felicidad de quien no escatima en su amor hacia nosotros.
Decidimos que el transporte estaba bien, que era algo que teníamos que cambiar, y lo cambiamos. Conseguimos hacernos un nombre en una mundo complicado, en el que pesan más los nombres que los méritos, así que nos hicimos un nombre poco a poco, entre mérito y mérito, entre viaje y viaje.
Un nombre que atrajo la atención sobre nosotros fue Carlos, un periodista entregado a la causa animal, que nos regaló unos minutos que saben a gloria en una de las emisoras de radio más importantes y que atrajo la mirada de otro grande, Borja Capponi, un hombre íntegro de los que no se venden. Un hombre que prefiere mantener la mirada limpia, clara, honesta, a claudicar frente a intereses bastardos que se apoyan en cantos de sirena.
Borja se hizo famoso, por decirlo de una manera coloquial, protagonizando el programa Malas Pulgas, un programa en el que trataba problemas de reactividad en perros y de falta de confianza en humanos. Borja cometió el peor de todos los pecados, alzó la voz contra ese poder oculto en las sombras que decide que está bien, y que está mal, y trató de hacernos comprender que un perro es un perro, y que por más que tratemos de humanizarlo, o de robotizarlo con erróneos programas de entrenamiento, eso no suponía la felicidad del perro.
Se rebeló contra el perro robot y alzó la voz, consiguiendo lo que consiguen en este país todos los que se atreven a pensar o sentir diferente, que lo señalaran los “etólogos”, los “adiestradores”, los “especialistas en conducta y psicología canina”. Lo acusaron de maltrato por unos tirones de correa, de cuerda de persiana en este caso, los mismos que recomiendan collares de impulsos para evitar los ladridos, para reconducir conductas que parecen agresivas.
Pasó de Rey a proscrito con esa facilidad que solo puede verse en España, donde la envidia unió a todos esos especialistas, los mismos que influyeron en el Gobierno en la redacción de esa ley ridícula sobre una lista de perros potencialmente peligrosos. Expertos que empujaron a la cadena de televisión en la que, aún hoy, se emite su programa, para que lo despidieran de manera fulminante.
Funcionan así las cosas en este país. Desde que decidí dedicar mi vida a los perros, he devorado, uno tras otro, todos los libros sobre educación y psicología canina que han pasado por mis manos, y aún sigo devorando. He cursado tantos cursos de adiestramiento como me han parecido interesantes, en España y fuera de nuestras fronteras. Horas y horas de estudio, de animada y entretenida lectura. Nada. Porque todo eso no es nada cuando sientes de cerca la presencia de la manada, cuando tienes la fortuna, como he tenido yo, de ser uno de los elegidos. Pero no se me mal interprete, considero ser un elegido que un Señor, con todas sus letras, un Hombre, con mayúsculas, te abra las puertas de su casa, pero me siento afortunado de que su manada me abra su corazón y me permita aprender de ellos, de todos y cada uno de los miembros de una familia peluda en la que cada uno es diferente, cada uno en su papel, como una maquinaria perfecta en la que cada peludo es un engranaje que hace que las cosas funcionen. Y en lo alto de la pirámide, Borja, un hombre que trata de que su sueño en Borja Capponi Academy sirva para transformar la mentalidad de los humanos que deciden comprender a sus perros.
Apenas he pasado ocho horas disfrutando de su compañía y la de su manada, pero he aprendido más que en 420 horas de curso de adiestramiento convencional, he aprendido más que en cientos de páginas de lectura, de todo tipo de autores, de los que he aprendido mucho, dicho sea también. Han bastado horas de observar, de sentir a su manada como propia, de guardar silencio y dejar que fueran sus peludos los que nos marcaran las pautas.
Han sido solo dos días, aunque espero que sean muchos más, pero han sido horas en los que hemos sentido la magia de la manada. Eso, por mucho que moleste, no se aprende en cursos, ni en libros, se aprende conviviendo con la naturaleza.